Pego aquí mi primera creación literaria... por si hay alguien que no la ha leido...
Forky era un tenedor de postre como otro cualquiera, al menos así le
veía el resto de habitantes del cajón. No destacaba entre sus
compañeros; y al igual que éstos, era liso, sin ningún relieve o detalle
diferenciador. Unas suaves curvas en el extremo de su mango y en la
base de su cabeza suavizaban la sobriedad típica de su clase; y sus
tres púas, rectas y recias, junto con su juvenil brillo (sobre todo
cuando salía del lavavajillas) daban cuenta de la familia a la que
pertenecía.
Su padre era el único tenedor de cinco púas del cajón. Todos le
conocían como Trinch, aunque sospechaban que no era su verdadero
nombre. Ni siquiera Forky estaba seguro de ello. Era el ejemplo a
seguir por todos los cubiertos de diario. Los tenedores de cuatro púas
siempre le pedían consejo para evitar que se deslizara la carne, o
buscaban su protección cuando tenían algún problema con cualquier
cuchillo de sierra que buscara trifulca. Trinch siempre sabía mantener
la calma y arreglar las cosas. Las cucharas soperas siempre le ponían
de ejemplo frente a sus hijos o maridos. Precisamente la madre de
Forky era una cuchara sopera que no destacaba por su gran belleza,
pero hace tiempo, Trinch se quedó prendado cuando, desde el lado
izquierdo del plato, y esperando que hubiera carne de segundo (que
le usasen con el pescado no era de su agrado, parecía como si le
desprestigiaran), pudo observar como dos platos más allá, una joven
cuchara yacía firme mientras una cacilla con sopa humeante se
acercaba hacia ella con no muy buenas intenciones. Trinch la miraba
con atención, mientras se podían oír los gemidos lastimeros de las
demás cucharas cada vez que eran acercadas al plato y tocaban con
su barriga la sopa, que quizá aquel día estaba más caliente de lo
habitual. La cacilla se reía de ellas y de su poco aguante. “Ella no. Ella
no gime. Ella es especial.”, pensó Trinch. Aquel día fueron fregados a
mano.
El lavavajillas habría sido un buen lugar para aprovechar el alboroto y
haberse acercado a ella; era bastante frecuente entre el menaje
relacionarse allí dentro disfrutando de una merecida ducha tras el
trabajo. Normalmente se enteraban a través de algún plato o sartén
de cómo les iba a los parientes. De hecho Trinch tenía como
confidente a una simpática taza de desayuno conocida como Rhin,
seguramente debido a su grabado en un lateral que rezaba
I♥Deutschland. Rhin siempre le traía noticias de familiares que vivían
al otro lado de la calle en un restaurante de menú del día.
Pero a Trinch siempre le había gustado el masaje del fregado a mano,
sobre todo cuando muy casualmente usaban el lado más duro de la
esponja. Una vez secos, y de vuelta en el cajón, Trinch no lo dudó ni
un instante y se acercó a conocer a la cuchara que había aguantado
estoicamente la temperatura de la sopa. Se llamaba Badila; nombre
heredado de su abuela. Desde aquel día Trinch y Badila han estado
juntos profesándose un amor y admiración mutuos que eran la
envidia de todos.
Vivían en una cocina relativamente sencilla, en el cajón de la
encimera más cercana a la mesa. Hace tiempo vivieron en un cajón
más pequeño, justo al lado del horno. Sin saber porqué, un día de
buenas a primeras, fueron trasladados a su morada actual, dónde ya
estaban instalados ciertos compañeros de profesión. Había sitio para
todos, pero durante las primeras noches hubo ciertas discusiones,
sobre todo con el sacacorchos con forma de búho que vio en Trinch y
todo el resto de tenedores fieles a él, una amenaza para su
hegemonía en aquel cajón. Trinch, con su liderazgo habitual había
dicho: “Aquí cabemos todos, y no tenemos porqué tener ningún jefe,
así que tratemos de vivir en paz y ayudándonos unos a otros”. Tras
ello se acabaron las discusiones y hasta los más cercanos a Eowl, que
así se llamaba el abridor, pensaron que Trinch tenía razón.
A Forky le daba verdadero pánico este personaje con su lengua
enroscada en sí misma y sus inmensos brazos. Menos mal que Eowl
temía a su padre y no se metía demasiado con él. Sin embargo, más
de una vez, y en ausencia de Trinch y los demás, a Eowl le gustaba
presumir de su fuerza delante de las cucharillas de café y ausentar a
los jóvenes cubiertos haciéndose el duro y con actitud chulesca.
“¿Quién de vosotros es capaz de sacar un corcho de esas botellas?,
jojo...jojojo” fanfarroneaba.
Un día debía haber comida familiar fuera porque había muy pocos
cubiertos en el cajón. No quedaban dentro ni las palas de pescado,
quienes se solían quejar de no salir nunca. Forky había trabajado la
noche anterior. Nunca antes había tenido que trabajar con piña
natural. Fue duro, pero él, con tesón y responsabilidad no había
flaqueado ni un momento. Su padre le había enseñado bien. A pesar
de haber estado toda la noche en el fregadero, esa misma mañana
había ido al cajón tras un fregado rápido al alba, y todos le felicitaron
y le pusieron al final de la fila, como solía ser costumbre, por si
necesitaban tenedores de postre durante la comida que salieran
primero los más descansados. Medio somnoliento, notó como se
abría el cajón y tras unos segundos de confusión sintió como era
izado por un par de dedos. Inicialmente pensó que iría a la mesa, y
rápidamente se preparó para hacer bien su trabajo; pero algo
diferente ocurría. Normalmente iba del cajón a la mesa en cuestión
de segundos. Esta vez no. Su cuerpo estaba ya sumergido en una
mano huesuda de hombre mayor. Solo sobresalía la cabeza. Pudo ver
como se alejaba de la mesa y salía de la cocina, a pesar del vaivén
que experimentaba.
Él nunca estuvo fuera de la cocina. Había oído historias de cubiertos
que habían salido de la cocina, por ejemplo, las de Esponia, aquella
cuchara de postre, más o menos de su misma edad, que solía volver
por la noche al cajón diciendo que había estado en el salón
trabajando con yogures, flanes o cuajadas. Aunque para muchos
Esponia exageraba en sus historias y la criticaban por la espalda por
ello, a Forky siempre le había gustado escucharla fantaseando con la
posibilidad de poder algún día conocer esos sitios que ella describía
con tanto detalle. Aunque no se lo había dicho a nadie, Esponia le
gustaba desde aquella noche que fueron a parar juntos debajo de
Varil, el batidor de huevos y habían podido conversar alejados del
resto. Aunque Forky pensaba que nadie lo sabía, para muchos era
muy evidente que acabarían juntos en un futuro no muy lejano.
Tras unos momentos de desconcierto, Forky vio que le posaban en
una mesa de madera, muy diferente a la de la cocina. Pudo ver ante
sí una pared con una infinidad de herramientas colgadas. Escuchó
cómo se dirigían a él en idiomas que no acertaba a entender. Cerca,
un poco más a la derecha, oyó decir a un vaso: “Es un tenedor de
postre, y lo traen de la cocina… dejadlo en paz”. “Estás en el trastero,
chaval!” dijo dirigiéndose a él. Forky pensó que ese vaso necesitaba
un fregado urgente. Estaba manchado de pintura y tenía dentro unos
utensilios alargados que le recordaron a aquellos palillos chinos que
conoció una vez en la cocina y que nunca más volvió a ver. Pero estos
tenían mucho pelo en la cabeza. Forky se iba a dirigir al vaso cuando
sintió que lo apretaban contra algo metálico en el extremo de su
cuerpo. Cuando le soltaron estaba pegado por los pies a un artilugio
desconocido para él y quedaba en perfecto estado vertical. No
recordaba haber estado en la misma situación nunca. Podía ver toda
la estancia fácilmente con aquella posición. Vio como las mismas
manos que le habían traído y le habían dejado así, manipulaban unos
botones y ruletas justo a la derecha de sus pies. Fue entonces cuando
sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Era un cosquilleo muy
agradable. No podía evitar mostrar el placer que sentía. Tras unos
largos y placenteros momentos, se percató de que una pegadiza
música inundaba la habitación. A su espalda oyó reírse al sucio vaso:
“‐ Jijiji, chaval, jijiji, te han usado de antena para la vieja radio!! Jijiji”
Gregmer Bennat. 06/07/2011
veía el resto de habitantes del cajón. No destacaba entre sus
compañeros; y al igual que éstos, era liso, sin ningún relieve o detalle
diferenciador. Unas suaves curvas en el extremo de su mango y en la
base de su cabeza suavizaban la sobriedad típica de su clase; y sus
tres púas, rectas y recias, junto con su juvenil brillo (sobre todo
cuando salía del lavavajillas) daban cuenta de la familia a la que
pertenecía.
Su padre era el único tenedor de cinco púas del cajón. Todos le
conocían como Trinch, aunque sospechaban que no era su verdadero
nombre. Ni siquiera Forky estaba seguro de ello. Era el ejemplo a
seguir por todos los cubiertos de diario. Los tenedores de cuatro púas
siempre le pedían consejo para evitar que se deslizara la carne, o
buscaban su protección cuando tenían algún problema con cualquier
cuchillo de sierra que buscara trifulca. Trinch siempre sabía mantener
la calma y arreglar las cosas. Las cucharas soperas siempre le ponían
de ejemplo frente a sus hijos o maridos. Precisamente la madre de
Forky era una cuchara sopera que no destacaba por su gran belleza,
pero hace tiempo, Trinch se quedó prendado cuando, desde el lado
izquierdo del plato, y esperando que hubiera carne de segundo (que
le usasen con el pescado no era de su agrado, parecía como si le
desprestigiaran), pudo observar como dos platos más allá, una joven
cuchara yacía firme mientras una cacilla con sopa humeante se
acercaba hacia ella con no muy buenas intenciones. Trinch la miraba
con atención, mientras se podían oír los gemidos lastimeros de las
demás cucharas cada vez que eran acercadas al plato y tocaban con
su barriga la sopa, que quizá aquel día estaba más caliente de lo
habitual. La cacilla se reía de ellas y de su poco aguante. “Ella no. Ella
no gime. Ella es especial.”, pensó Trinch. Aquel día fueron fregados a
mano.
El lavavajillas habría sido un buen lugar para aprovechar el alboroto y
haberse acercado a ella; era bastante frecuente entre el menaje
relacionarse allí dentro disfrutando de una merecida ducha tras el
trabajo. Normalmente se enteraban a través de algún plato o sartén
de cómo les iba a los parientes. De hecho Trinch tenía como
confidente a una simpática taza de desayuno conocida como Rhin,
seguramente debido a su grabado en un lateral que rezaba
I♥Deutschland. Rhin siempre le traía noticias de familiares que vivían
al otro lado de la calle en un restaurante de menú del día.
Pero a Trinch siempre le había gustado el masaje del fregado a mano,
sobre todo cuando muy casualmente usaban el lado más duro de la
esponja. Una vez secos, y de vuelta en el cajón, Trinch no lo dudó ni
un instante y se acercó a conocer a la cuchara que había aguantado
estoicamente la temperatura de la sopa. Se llamaba Badila; nombre
heredado de su abuela. Desde aquel día Trinch y Badila han estado
juntos profesándose un amor y admiración mutuos que eran la
envidia de todos.
Vivían en una cocina relativamente sencilla, en el cajón de la
encimera más cercana a la mesa. Hace tiempo vivieron en un cajón
más pequeño, justo al lado del horno. Sin saber porqué, un día de
buenas a primeras, fueron trasladados a su morada actual, dónde ya
estaban instalados ciertos compañeros de profesión. Había sitio para
todos, pero durante las primeras noches hubo ciertas discusiones,
sobre todo con el sacacorchos con forma de búho que vio en Trinch y
todo el resto de tenedores fieles a él, una amenaza para su
hegemonía en aquel cajón. Trinch, con su liderazgo habitual había
dicho: “Aquí cabemos todos, y no tenemos porqué tener ningún jefe,
así que tratemos de vivir en paz y ayudándonos unos a otros”. Tras
ello se acabaron las discusiones y hasta los más cercanos a Eowl, que
así se llamaba el abridor, pensaron que Trinch tenía razón.
A Forky le daba verdadero pánico este personaje con su lengua
enroscada en sí misma y sus inmensos brazos. Menos mal que Eowl
temía a su padre y no se metía demasiado con él. Sin embargo, más
de una vez, y en ausencia de Trinch y los demás, a Eowl le gustaba
presumir de su fuerza delante de las cucharillas de café y ausentar a
los jóvenes cubiertos haciéndose el duro y con actitud chulesca.
“¿Quién de vosotros es capaz de sacar un corcho de esas botellas?,
jojo...jojojo” fanfarroneaba.
Un día debía haber comida familiar fuera porque había muy pocos
cubiertos en el cajón. No quedaban dentro ni las palas de pescado,
quienes se solían quejar de no salir nunca. Forky había trabajado la
noche anterior. Nunca antes había tenido que trabajar con piña
natural. Fue duro, pero él, con tesón y responsabilidad no había
flaqueado ni un momento. Su padre le había enseñado bien. A pesar
de haber estado toda la noche en el fregadero, esa misma mañana
había ido al cajón tras un fregado rápido al alba, y todos le felicitaron
y le pusieron al final de la fila, como solía ser costumbre, por si
necesitaban tenedores de postre durante la comida que salieran
primero los más descansados. Medio somnoliento, notó como se
abría el cajón y tras unos segundos de confusión sintió como era
izado por un par de dedos. Inicialmente pensó que iría a la mesa, y
rápidamente se preparó para hacer bien su trabajo; pero algo
diferente ocurría. Normalmente iba del cajón a la mesa en cuestión
de segundos. Esta vez no. Su cuerpo estaba ya sumergido en una
mano huesuda de hombre mayor. Solo sobresalía la cabeza. Pudo ver
como se alejaba de la mesa y salía de la cocina, a pesar del vaivén
que experimentaba.
Él nunca estuvo fuera de la cocina. Había oído historias de cubiertos
que habían salido de la cocina, por ejemplo, las de Esponia, aquella
cuchara de postre, más o menos de su misma edad, que solía volver
por la noche al cajón diciendo que había estado en el salón
trabajando con yogures, flanes o cuajadas. Aunque para muchos
Esponia exageraba en sus historias y la criticaban por la espalda por
ello, a Forky siempre le había gustado escucharla fantaseando con la
posibilidad de poder algún día conocer esos sitios que ella describía
con tanto detalle. Aunque no se lo había dicho a nadie, Esponia le
gustaba desde aquella noche que fueron a parar juntos debajo de
Varil, el batidor de huevos y habían podido conversar alejados del
resto. Aunque Forky pensaba que nadie lo sabía, para muchos era
muy evidente que acabarían juntos en un futuro no muy lejano.
Tras unos momentos de desconcierto, Forky vio que le posaban en
una mesa de madera, muy diferente a la de la cocina. Pudo ver ante
sí una pared con una infinidad de herramientas colgadas. Escuchó
cómo se dirigían a él en idiomas que no acertaba a entender. Cerca,
un poco más a la derecha, oyó decir a un vaso: “Es un tenedor de
postre, y lo traen de la cocina… dejadlo en paz”. “Estás en el trastero,
chaval!” dijo dirigiéndose a él. Forky pensó que ese vaso necesitaba
un fregado urgente. Estaba manchado de pintura y tenía dentro unos
utensilios alargados que le recordaron a aquellos palillos chinos que
conoció una vez en la cocina y que nunca más volvió a ver. Pero estos
tenían mucho pelo en la cabeza. Forky se iba a dirigir al vaso cuando
sintió que lo apretaban contra algo metálico en el extremo de su
cuerpo. Cuando le soltaron estaba pegado por los pies a un artilugio
desconocido para él y quedaba en perfecto estado vertical. No
recordaba haber estado en la misma situación nunca. Podía ver toda
la estancia fácilmente con aquella posición. Vio como las mismas
manos que le habían traído y le habían dejado así, manipulaban unos
botones y ruletas justo a la derecha de sus pies. Fue entonces cuando
sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Era un cosquilleo muy
agradable. No podía evitar mostrar el placer que sentía. Tras unos
largos y placenteros momentos, se percató de que una pegadiza
música inundaba la habitación. A su espalda oyó reírse al sucio vaso:
“‐ Jijiji, chaval, jijiji, te han usado de antena para la vieja radio!! Jijiji”
Gregmer Bennat. 06/07/2011
No sé porqué salen mal las lineas...
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